El último organito
La historia del tango está inevitablemente ligada al bandoneón. Pero, ¿cuál fue su antecesor? Así como el piano tuvo al clavicordio, el bandoneón tuvo al organito: un instrumento musical que acompañó el nacimiento del tango en las últimas décadas del siglo XIX y ayudó en forma notable a su difusión y consagración.
El Museo Legislativo cuenta con una colección de diez xilografías que permiten recorrer la iconografía de un tango que forma parte de la antología musical de Buenos Aires. Se trata de una pieza (1949) a cargo de Homero Manzi, que recrea los barrios tangueros de la segunda mitad del siglo XIX. El autor no evoca a una amada o al amigo, sino a un objeto que estaba presente en las calles porteñas: “el organito, un simple objeto que cumple el papel de conjuro, una especie de sortilegio donde al mencionarlo se convocan antiguos recuerdos, vecinos, a la que abría las persianas y se cansó de amar, el caballo blanco, el rengo y el monito, el alma del suburbio”.
En esta colección, artistas del grabado como Marcela Miranda, José Rueda y Carlos Villanueva, entre otros, ilustran los versos de un tango nostálgico sobre el universo urbano y sus personajes. Se trata de una poesía evocativa que se potencia con las estampas monocromáticas de sintéticos contrastes y trazos lineales sobre fondos neutros: el suburbio arrabalero, los compadres de los cafetines y las muchachas en las ventanas. Ilustraciones que anuncian el ocaso y muerte de algo y de alguien que existió pero también de una época: el organito fue el primero en llevar a los barrios infinitas melodías tangueras que se incorporaron al imaginario colectivo. Su sonido preparó los oídos de los porteños y las porteñas para una transición natural al bandoneón en el tango, cuando finalmente llegó en 1880.