
CAMBALACHE
Esta obra construye una escena tensa a partir del desorden. Las formas se superponen sin jerarquía aparente, como si todo valiera lo mismo. Las líneas, irregulares y estridentes, se desplazan entre la saturación y el vacío, generando un contraste que no solo es visual, sino también ético. No hay armonía: hay fricción. Como en Cambalache, lo noble y lo ruin coexisten sin orden ni sentido.
La artista no organiza, acumula. No representa, denuncia. Las formas —ambiguas, casi abstractas— evocan objetos reconocibles, pero desplazados de su función, fundidos en una composición en apariencia caótica. Las diagonales dominan la escena, acentuando el desconcierto y traduciendo en imagen la frustración y el cinismo de una época.
No hay melodía: hay tensión. El trazo de las gubias aporta un dramatismo contundente, casi áspero. En ese revoltijo de símbolos, la obra no ilustra la letra: la tensa, la interpela, la revierte visualmente. La imagen, como el tango, revela un mundo que se desmorona sin hacer ruido, donde —como escribió Discépolo— “vivimos revolcaos en un merengue y en el mismo lodo, todos manoseaos”.
La obra forma parte de la carpeta referente al tango Cambalache de Enrique Santos Discépolo, que fue donada al Museo Legislativo en 1995.