LAS TRAVESURAS DEL PULLAY
Anexo A - Av. Rivadavia 1841, CABA
Color. Ritmo. Alegrías. Al amparo de una tradición ancestral (hay quien dice que hace 300 años los diaguitas y calchaquíes iniciaron este modo de festejo), las comparsas indias salen a los barrios a contagiar el espíritu del carnaval.
Estas imágenes retratan la comparsa de Pomán, una de las localidades más antiguas de Catamarca, fundada en 1633 en las laderas occidentales del Ambato, en el interior profundo de la provincia. Como es una tradición de la región, también hay comparsas en Mutquín y Andalgalá. Nuestros “indios” se visten de fiesta, engalanados con plumas de suri (un ñandú enano) teñidas de brillantes colores, espejos y detalles de bijouterie, además de las máscaras que lo convierten en un grupo impactante y bullanguero. Los trajes pueden pesar entre 5 y 10 kilos.
La comparsa se compone de un “cacique”, un “viejo” y un “diablo”, rodeados de los “indios” que bailan a su alrededor. El “viejo” y el “diablo” deben tener ciertas condiciones: se necesita mucha chispa, picardía, y buen estado físico para sostener las volteretas, corridas, piruetas y casi malabares de largas horas Y para ser “indio”, en lo posible saber cantar y mejor si se toca algún instrumento, guitarra, caja chayera o tambor.
El ritual se desarrolla con la danza de los indios en círculo alrededor del cacique, mientras se entonan coplas y vidalas relacionadas al carnaval, o versos dedicados a las costumbres o folklore de nuestra tierra. El Diablo intentará tentar al Viejo, entre malabares, piruetas, y payasadas, para distraer la atención del cacique -a quien se considera por su autoridad el dueño de la fiesta- y robarle su riqueza representada en el dinero que arroja el público durante el baile. Finalmente logra convencerlo y entre los dos se enfrentan al cacique en una lucha, pero éste se transforma en eterno vencedor, demostrando su poder, y garantiza la continuidad de la celebración. Todo estará rodeado de mucho ruido y alegría, contagiando a los ocasionales presentes en cada casa donde se actúe.
La tradición se mantiene de generación en generación, y pasa de padres a hijos, que cada año aprenden las enseñanzas del “cacique”: amor, alegrías, y respeto a los demás. Y sobre todo quién debe ganar en la eterna lucha entre el
bien y el mal.
Fotografía: Ariel Pacheco