Recordar y repudiar, en su 50° aniversario, la intervención a las Universidades Nacionales por parte del gobierno de facto de entonces, así como la represión a docentes y estudiantes en la Universidad de Buenos Aires ocurrida el 29 de Julio de 1966, conocida como “la noche de los bastones largos”.

Señor presidente:

Hace pocas semanas recordamos el golpe militar que terminaba con el gobierno del presidente Arturo Illia. Ese infausto día no sólo se ponía fin a un gobierno ejemplar, sino que era la antesala de una serie de tragedias que el país viviría en lo sucesivo.

Esos militares insurrectos no actuaban por si mismos, eran el brazo armado de grupos de poder económico, que veían afectados sus intereses monopólicos por las decisiones de un gobierno que actuaba en función de los intereses nacionales.

En ese marco, en las Universidades Nacionales se aplicaba por última vez, hasta 1984, los institutos de la reforma, mientras la investigación científica nacional vivía un momento de esplendor que acabaría en “la noche de los bastones largos”. Esos infaustos hechos son lo que recordamos hoy.

Desde 1958 las universidades nacionales se habían normalizado para darse su propio gobierno bajo los institutos de la Reforma Universitaria de 1918.

Fueron años excepcionales donde se conjugó la academia con el desarrollo científico, lo que le permitió al país contar con un proyecto de desarrollo tecnológico propio.

Esa situación no era bien vista por las empresas transnacionales que fomentaron el golpe. Necesitaban países dependientes tecnológicamente, que consumieran sus productos terminados, mientras nosotros sólo nos dedicáramos a exportar materias primas.

Para romper con ese modelo dependiente trabajaba un importante grupo de científicos en la UBA y otras universidades, con el fin de desarrollar nuestro propio cuerpo científico y tecnológico.

Sólo en la UBA en esos años se llevaron adelante proyectos como la editorial Eudeba, que editó una gran cantidad de libros a precios populares; impulsó la extensión universitaria, con el proyecto de la Isla Maciel; la creación de la Ciudad Universitaria, el Instituto de Cálculo, la incorporación de la computadora «Clementina», la primera de América Latina, el desarrollo de proyectos dirigidos al manejo genético de semillas para la producción agrícola, el curso de ingreso por circuito cerrado de televisión, y un proyecto de universidad crítica y reflexiva, donde la investigación fue parte esencial de la actividad de los docentes con dedicación exclusiva.

Los docentes e investigadores comprendiendo la dimensión de la tragedia que se había consumado el 28 de junio, a través de las autoridades del rectorado de la UBA, realizaron ese mismo día «un llamado a los claustros universitarios en el sentido de que se siga defendiendo como hasta ahora la Autonomía Universitaria … y que se comprometan a mantener vivo el espíritu que haga posible el restablecimiento de la Democracia».

Al mismo tiempo más de 240 docentes de la Facultad de Ciencias Exactas, firmaron una declaración donde manifiestan su «irrevocable decisión de no reconocer otras autoridades en la Facultad y en la Universidad de Buenos Aires, que las que legítimamente emanan del cumplimiento del Estatuto Universitario, así como de las leyes y de la Constitución Nacional», y donde se comprometían a «retirar toda colaboración a las personas que ilegítimamente se arroguen tal autoridad en la Universidad, haciendo abandono definitivo de nuestras tareas docentes y de investigación en la Facultad».

A la dictadura poco le importaba la opinión de los académicos, pretendía verlos lejos de los claustros y laboratorios, por lo que el 29 de Julio de 1966 “decretó” la Ley N° 16.912 de intervención de las universidades.

Para resistir esa decisión, autoridades, docentes y estudiantes resuelven quedarse en las casas de altos estudios. Donde más académicos trabajaban era en la mencionada Facultad de Ciencias Exactas y Naturales y ahí se refugiaron con el Decano Rolando García y su vice Manuel Sadoski a la cabeza. A la madrugada, al igual que en las Facultades de Arquitectura y Filosofía, la policía federal ingresa golpeando, inclusive al mismo Decano, desatando una represión salvaje, (de ahí lo de los bastones largos) que lleva a muchos estudiantes a pasar largos meses en la cárcel y a la renuncia y exilio de cientos de académicos. Fue un golpe a la investigación argentina de la que nunca nos hemos recuperado.

En total emigraron 301 profesores universitarios; de ellos 215 eran científicos que se insertaron en universidades latinoamericanas, de Estados Unidos y Europa.

Equipos completos fueron desmantelados. Es lo que sucedió con el grupo de trabajo de la pionera computadora Clementina. Renunciaron y emigraron los 70 miembros del Instituto de Cálculo de Ciencias Exactas, donde era operada. Lo mismo sucedió con el Instituto de Radiación Cósmica, que fue desmantelado.

Las Universidades Nacionales debieron esperar a la recuperación de la democracia en 1983, para que a partir del año siguiente fueran normalizadas y vueltas al régimen de autonomía reformista.

Pero el desarrollo y el avance del conocimiento en esos 18 años en el mundo fue tal, que la pérdida de esa importante experiencia científica hace que aun hoy paguemos las consecuencias de ese gobierno criminal y entreguista.

La “noche de los bastones largos” es una mancha en nuestra vida política y social que debe recordarse por siempre. Los golpes militares iban por mucho más que el manejo del gobierno central, iban a garantizar la construcción de un país pequeño y dependiente de sus patrones.

Por estas consideraciones solicitamos a nuestros pares la aprobación del presente proyecto.