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PROYECTO DE TP


Expediente 4464-D-2011
Sumario: EXPRESAR PESAR POR EL FALLECIMIENTO DE LA ESCENOGRAFA DEL CINE NACIONAL ESMERALDA ALMONACID, EL 19 DE JULIO DE 2011.
Fecha: 08/09/2011
Publicado en: Trámite Parlamentario N° 127
Proyecto
La Cámara de Diputados de la Nación
RESUELVE:


Manifestar su hondo pesar por el fallecimiento de la escenógrafa del cine nacional Esmeralda Almonacid, el 19 de julio de 2011.

FUNDAMENTOS

Proyecto
Señor presidente:


Los cuerpos baleados están desperdigados en el basural. Es de madrugada. A lo lejos, empieza a verse una lengua rosada de horizonte, un resplandor aún incierto contra el que se recortan siluetas de árboles. El humo de hogueras casi apagadas, la niebla y la noche disimulan las cabezas ensangrentadas, las piernas y los brazos entregados, confundidos con latas, botellas, papeles y restos húmedos de comida. Cuando el director Jorge Cedrón da orden de cortar, los cadáveres se ponen de pie. A un costado de la pila de desechos, está la mujer que montó esa siniestra escenografía en un potrero que le pertenece, a pocos metros del cuidado y hermoso parque de su quinta en Boulogne.
¿Esa secuencia de la filmación de Operación masacre, la película basada en el libro homónimo de Rodolfo Walsh sobre los fusilamientos de peronistas de 1956, ocurrió en 1971 o en 1972? Quizá ya no pueda saberse, porque todo se hizo de modo subrepticio para evitar la represión militar. Pasaron casi cuarenta años y Esmeralda Almonacid, la creadora de ese paisaje trágico, murió hace poco más de un mes, el 19 de julio. Había nacido en 1922. Fue una de las mejores ambientadoras y escenógrafas del cine nacional. Trabajó en pocas producciones, pero recibió premios nacionales e internacionales por casi todas. Tres de los films de mayor calidad y éxito de María Luisa Bemberg, Camila, Miss Mary y Yo, la peor de todas, contaron con la colaboración de Esmeralda, que también compuso la escenografía de Nunca estuve en Viena, de Antonio Larreta, y El verano del potro, de André Mélançon. En la Argentina, acostumbrada a las divisiones violentas e irreconciliables, su larga vida es un raro ejemplo de cómo se puede transitar por períodos convulsionados -tan convulsionados como la década de 1970-, respetando la amistad, la solidaridad, el amor a la belleza y la libertad.
Esmeralda, como todos la llamaban, pertenecía a una familia tradicional. Era sobrina de Ricardo Güiraldes, autor de Don Segundo Sombra, e hija del riojano Vicente Almandós Almonacid, un as de la aviación mundial, que se alistó como piloto en las filas francesas durante la Primera Guerra. El capitán, condecorado por el gobierno de Francia, fue el primero en cruzar la cordillera de los Andes en vuelo nocturno, en 1920. A él, Victoria Ocampo le debió su bautismo aéreo sobre los campos de Buenos Aires.
Pocas mujeres causan el efecto que Esmeralda causaba con su presencia de una intensidad novelesca. Era alta, de piel morena, quizá levemente cetrina; el pelo renegrido de su juventud y de su madurez contrastaba con los ojos verdes, transparentes. Siempre se la veía erguida con arrogancia, como si esa postura fuera la manifestación visible de cualidades morales: la generosidad, la valentía y una distinción aristocrática que se imponía más allá del trato llano y sin vueltas. Era mucho más que hermosa; por eso, la fascinación que ejercía la acompañó hasta el final. Jamás se tiñó el pelo, jamás dejó que un bisturí le corrigiera una arruga. El fotógrafo Alejandro Kuropatwa le hizo, hacia fines de la década de 1980, un retrato notable en el que ella aparece sonriendo en un primer plano que no disimula ninguna huella del tiempo. Sin embargo, esa imagen, por su gracia y vitalidad, tiene casi el valor de un manifiesto sobre la atracción que puede emanar de un rostro marcado por la experiencia.
Desde muy joven, gracias a la relación que existía entre su familia y Victoria Ocampo, Esmeralda estuvo ligada al mundo de la revista Sur. Amiga de José Bianco, Enrique Pezzoni, Alejandra Pizarnik y Juan José Hernández, entre otros críticos y escritores de generaciones distintas, era una gran lectora que, a menudo, se encargaba de señalar textos de valía a los editores. Los marginales y los excéntricos la seducían. Fue una de las personas que más cerca estuvieron de Arturo Jacinto Álvarez, el escritor y coleccionista que pasó de ser propietario del telón pintado por Picasso para el ballet Parade a morir casi en la indigencia.
Muchos consideraban a Esmeralda la mujer de mejor gusto de Buenos Aires. Tenía una mirada de una precisión asombrosa para captar los matices de una personalidad o de una clase social a través de los objetos de la vida cotidiana, lo que le serviría para el cine. En la Argentina, pocos como ella podían recrear épocas, ambientes y contar una historia valiéndose de un detalle. Conocía muy bien el campo. Sus conocimientos botánicos eran los de una especialista. Por eso, quienes la frecuentaban empezaron a llamarla para que diseñara parques y jardines y les ayudara a montar sus casas. Los departamentos de Pepe Bianco y de Juan José Hernández eran una muestra perfecta del modo como sabía interpretar lo que sus amistades y clientes necesitaban y, al mismo tiempo, imprimirle a ese conjunto el "sello" Esmeralda.
Su interés por la cinematografía la llevó a seguir cursos en el IRCA. Cuando se la escuchaba hablar de una película, uno se daba cuenta de inmediato de que ese modo de apreciar una obra era el de una cineasta más que el de una crítica. La proeza que logró, casi sin medios, cuando convirtió uno de los terrenos de su quinta en un basural para filmar Operación masacre revela hasta qué punto su sentido visual y dramático iba mucho más allá del esteticismo de los decoradores o de los anticuarios puestos a escenógrafos. Esa hazaña era muy riesgosa porque la producción de Jorge Cedrón se filmó de un modo clandestino durante la dictadura militar del presidente Lanusse. Curiosamente, ella no era peronista y no tenía que ver con las ideologías revolucionarias. Pero estaba en contra de todo lo que coartara la libertad y detestaba la censura. Por causas semejantes, era capaz de afrontar peligros no menores. A eso se debía quizás el hecho de que su visión estética no fuera nunca superficial ni cayera en manierismos. Esmeralda sabía dejar su célebre buen gusto de lado para crear la tensión escénica que una película necesitaba. No por casualidad, María Luisa Bemberg le ofreció trabajar con ella. Las dos tenían códigos y recuerdos comunes porque procedían del mismo círculo, pero habían roto con él para desarrollar una obra propia. En Miss Mary, María Luisa, como directora, y Esmeralda, como escenógrafa, rescataron las costumbres y las modas de la época en que habían sido niñas y adolescentes. El film mostraba las humillaciones infligidas a hombres y mujeres por las convenciones que los convertían, a la vez, en víctimas y verdugos de la propia clase.
Los viajes le permitían a Esmeralda satisfacer la exigencia casi física de la libertad y de la soledad. La curiosidad la llevaba a perderse en tierras y ciudades desconocidas, donde, por efecto de la extrañeza, volvía a sentir el hechizo de la aventura y del asombro. En una ocasión, visitó Marruecos y decidió internarse en el Sahara. Contrató un guía y se adentró en el desierto. Los dos solos afrontaron tormentas de arena, el sol del mediodía y el frío de la noche. En una de las etapas, llegaron a una pequeña población. A Esmeralda le llamó la atención una enorme casa sin ventanas, en verdad, casi un palacio por sus dimensiones. Golpeó al portón. La atendió un joven servidor. Le explicó, como pudo, que le habría gustado conocer el interior de la residencia. El muchacho le hizo señas de que esperara. Apenas unos segundos después, apareció un hombre que ella describía como "una especie de príncipe árabe", de una apostura cinematográfica. El le habló en un inglés perfecto y la invitó a volver unas horas más tarde a beber té. Ella aceptó. A la tarde, cuando regresó, el anfitrión la condujo por varios salones hasta un cuarto donde se sentaron en el suelo, sobre tapices, apoyados en almohadones y, como en un cuento oriental, bebieron la más perfecta infusión, acompañada por dulces exquisitos, mientras hablaban del desierto, de los tuaregs y de los ríos de Inglaterra, donde él había remado en sus épocas de estudiante. Ella, a su vez, le describió el silencio de la pampa. Después, llegó la noche.
Hacia el final de su vida, Esmeralda colaboró en el arreglo del Museo Gauchesco de San Antonio de Areco y ayudó a establecer cuál era la distribución de los muebles y de los jardines de Villa Ocampo en vida de Victoria. Había ya pocos testigos confiables de los momentos de esplendor de la casa. La última vez que la visité me habló de una lejana estadía en Marbella. El lugar, según me dijo, era todavía una aldea de pescadores en aquellos años, aunque empezaba a ser frecuentado por celebridades, entre ellas, Jean Cocteau, al que ella había tratado en la casa local de la diseñadora Ana de Pombo. Esmeralda y Cocteau iban a la playa por la mañana, muy temprano. Un día, él, que había estado dibujando junto a la orilla, se le acercó. Tomó una pequeña piedra gris, ovalada, de apenas cinco centímetros por tres y, valiéndose de un lápiz celeste y otro negro, con unos pocos trazos, dibujó una máscara que podía recordar a las africanas, pero que era, sobre todo, una de esas maravillosas y simples invenciones de Cocteau. Se la entregó: "Para que se acuerde de esta mañana". Esmeralda la conservaba en un estante de su biblioteca. Me la mostró y, de pronto, dijo: "Llevala. Estas cosas tienen que pasar de una mano a otra. Los trazos se van a perder". Ahora, esa piedra está en mi biblioteca. Las líneas de la máscara casi se han esfumado; se adivinan, más que verse. Cuando la piedra pase a otras manos, el dibujo se habrá borrado por completo. Por eso me pareció prudente contar su historia.
II. Consideraciones finales
Es indudable que Esmeralda Almonacid ha realizado un valioso aporte a nuestra cultura nacional. Por ello solicitamos la aprobación de este proyecto de resolución.
Proyecto
Firmantes
Firmante Distrito Bloque
MORANTE, ANTONIO ARNALDO MARIA CHACO FRENTE PARA LA VICTORIA - PJ
Giro a comisiones en Diputados
Comisión
CULTURA (Primera Competencia)