PROYECTO DE TP
Expediente 4387-D-2007
Sumario: DECLARAR DE INTERES DE LA H CAMARA EL VIII ENCUENTRO ARQUIDIOCESANO DE NIÑEZ Y ADOLESCENCIA "DE HABITANTES A CIUDADANOS, EL DESAFIO DE LA BUSQUEDA DEL BIEN COMUN Y LA EQUIDAD", A REALIZARSE EL DIA 20 DE SETIEMBRE DE 2007 EN LA CIUDAD AUTONOMA DE BUENOS AIRES.
Fecha: 05/09/2007
Publicado en: Trámite Parlamentario N° 117
La Cámara de Diputados de la Nación 
RESUELVE:
	        Declarar de interés de esta Honorable 
Cámara de Diputados de la Nación el VIII Encuentro Arquidiocesano de Niñez y 
Adolescencia, "De habitantes a ciudadanos. El desafío de la búsqueda del bien 
común y la equidad", organizado por la Comisión de Niñez y Adolescencia en Riesgo 
del Arzobispado de Buenos Aires, que se realizará el 20 de Septiembre de 2007 en el 
Colegio San Francisco de Sales de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
	          
      
  
 
								FUNDAMENTOS
Señor presidente:
	        			El próximo 20 de 
Septiembre se realizará el VIII ENCUENTRO ARQUIDIOCESANO DE NIÑEZ Y 
ADOLESCENCIA, cuyo tema será "DE HABITANTES A CIUDADANOS: EL DESAFÍO DE LA 
BÚSQUEDA DEL BIEN COMÚN Y LA EQUIDAD".
	        
	        
	        			Los objetivos del 
encuentro organizado por la Comisión de Niñez y Adolescencia en Riesgo del 
Arzobispado de Buenos Aires son:
	        
	        
	        -	ofrecer un espacio de debate y 
reflexión respecto de la problemática de la exclusión en los niños, niñas y 
adolescentes. 
	        
	        
	        -	generar un debate respecto al 
concepto de bien común asociado a las ideas de justicia social, equidad y derechos 
humanos.
	        
	        
	        -	identificar caminos para promover 
una participación activa de los niños, niñas y adolescentes en la construcción del 
bien común. 
	        
	        
	        El primer panel se titula 
"Ciudadanía y bien común: la participación 
	        
	        
	        de los niños y adolescentes". Serán 
panelistas Mons. Oscar Ojea (Vicario Episcopal Zona Centro), la Lic. Carmen Sicardi 
(Responsable del programa radial "Jóvenes en acción" - FM Cultura), el P. Lorenzo 
de Vedia (Responsable Pastoral Secundaria - Arzobispado de Bs. As.) y el Sr. 
Víctor Lupo (Director de Promoción de Actividades Deportivas - GCBA).
	        
	        
	        Se reflexionará sobre las posibilidades 
de ejercer un mayor protagonismo en la construcción de la sociedad civil, que nos 
permita convertirnos en activos ciudadanos y asumir nuestra responsabilidad 
personal en la concreción de ese conjunto de condiciones que llamamos "Bien 
Común". La idea es focalizar respecto a lo que ocurre en relación a este tema 
entre los adolescentes, con que prácticas podemos fortalecer la idea de ciudadanía 
en los mismos e incentivar la participación y el compromiso en los niños, niñas y 
adolescentes. Se intenta analizar ¿qué significa construir ciudadanía? ¿Cómo 
involucrar a los adolescentes en las actividades de la comunidad? ¿Qué significa 
generar ciudadanía en los barrios, en las escuelas, en los clubes, en la parroquia?. 
	        
	        
	        La Conferencia Episcopal Argentina en 
su última Asamblea Plenaria de abril de 2007 remarcó la necesidad de crecer en 
nuestro compromiso ciudadano. Nos instó a descubrir nuestra vocación por el bien 
común, y así convertirnos "de habitantes en ciudadanos", corresponsales de la vida 
social y política. Entre los desafíos señalados que nos comprometen como 
ciudadanos, los Obispos resaltan la necesidad de colocar el bien común por sobre 
los bienes particulares y sectoriales, priorizando medidas que garanticen y aceleren 
la inclusión de todos los ciudadanos. No obstante el crecimiento económico y los 
esfuerzos realizados, la pobreza y la inequidad siguen siendo problemas 
fundamentales. Toda gestión social, política y económica debe estar orientada al 
logro de una mayor equidad, que permita a todos la participación en los bienes 
espirituales, culturales y materiales. 
	        
	        
	        Asimismo resaltan que una sociedad 
no crece necesariamente cuando lo hace su economía, sino sobre todo cuando 
madura en su capacidad de diálogo y en su habilidad para gestar consensos que 
se traduzcan en políticas de Estado, que se orienten hacia un proyecto común de 
Nación. Este sigue siendo un fuerte desafío para nuestra democracia. 
	        
	        
	        El Compendio de la Doctrina Social de 
la Iglesia recuerda que el Bien Común no consiste en la simple suma de los bienes 
particulares de cada sujeto del cuerpo social,  y que la persona sola no puede 
encontrar realización en sí misma, prescindiendo de su ser "con" y "para" los 
demás. 
	        
	        
	        El bien común es una antigua noción 
filosófica que usada en el presente busca expresar el bien que requieren las 
personas en cuanto forman parte de una comunidad y el bien de la comunidad en 
cuanto esta se encuentra formada por personas. Platón en "La República" concebía 
al bien común como un bien que trasciende los bienes particulares ya que la 
felicidad de la ciudad debe ser superior y hasta cierto punto independiente de la 
felicidad de los individuos. (Cf. Platón, La República, IV). Aristóteles perfeccionaría 
esta idea en su "Política": "el fin de la ciudad es el vivir bien (...) Hay que suponer, 
en consecuencia, que la comunidad política tiene por objeto las buenas acciones y 
no sólo la vida en común"(Aristóteles, Política, III, 9, 1280b-1281ª) De este modo 
no sólo el bien común es superior por ser el bien del todo social sino por su 
esencial índole moral: antes que versar sobre bienes públicos (calles, plazas, etc.) 
está construido por la virtud, es decir, por todo aquello que desarrolla de manera 
positiva y estable al ser humano de acuerdo a su naturaleza profunda. 
	        
	        
	        Los Obispos Argentinos, en la Carta 
Pastoral "Una luz para reconstruir la Nación" del mes Noviembre de 2005, 
retomando El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia expresan que: "De la 
dignidad, unidad e igualdad de todas las personas deriva, en primer lugar, el 
principio del Bien Común" (C164) "El Bien Común es por ello el humus de una 
nación. El Bien Común de una nación es un bien superior, anterior a todos los 
bienes particulares o sectoriales, que une a todos los ciudadanos en pos de una 
misma empresa, a beneficio de todos sus integrantes y también de la comunidad 
internacional. No puede ser parcializado, dividido, ni privatizado. "Siendo de todos 
y de cada uno, es y permanece común porque es indivisible y porque sólo juntos 
es posible alcanzarlo, acrecentarlo y custodiarlo, también en vistas al futuro" (ib) 
Una sociedad que quiere estar al servicio del ser humano, "es aquella que se 
propone como meta prioritaria el Bien Común, en cuanto bien de todos los 
hombres y de todo el hombre. La persona no puede encontrar la realización sólo 
en si misma; es decir, prescindir de su ser 'con' y 'para' los demás" (C165) La 
construcción del bien común se verifica en la promoción y defensa de los 
miembros más débiles, vulnerables y desprotegidos de la comunidad. 
	        
	        
	        Esto es importante de destacar. Se 
sabe que una familia es familia cuando ésta cuida al niño, al anciano, al enfermo. 
Lo mismo sucede con una nación: ésta es tal y procura el Bien Común cuando se 
organiza de modo que ningún ciudadano sea olvidado, por pequeño, humilde e 
indefenso fuere.
	        
	        
	        Nuestro compromiso como 
ciudadanos no se agota en el acto cívico de emitir nuestro voto en las elecciones. 
Uno es ciudadano todos los días, en todo momento. Tiene deberes máximos que 
cumplir: votar, hacer juicio político a sus gobernantes. Pero tiene también deberes 
menores y mayores. Deberes menores: ser buen vecino, cuidar la limpieza de los 
lugares públicos, no causar ruidos molestos, pagar al día las tasas y servicios, no 
dañar y defender la propiedad pública. Deberes mayores: hacer bien el propio 
trabajo, analizar cómo y cuándo tomar medidas de fuerza para defender los 
propios derechos sin atropellar los ajenos, hacer con responsabilidad la propia 
opción partidaria, etc. 
	        
	        
	        Los argentinos somos treinta y siete 
millones de habitantes pero, ¿cuántos ciudadanos somos?. Porque somos sólo 
habitantes de este suelo que usufructuamos, pero no ciudadanos que lo 
construimos como una patria de hermanos. Algunos tal vez piensen que la lucha 
contra el gigante es sólo económica. Y quizá por eso crean que el peor momento 
de la crisis ya pasó. Esa es una interpretación. Sin embargo como nos dice Pablo 
VI, "el desarrollo no se reduce al simple crecimiento económico. Para ser 
auténtico, debe ser integral; es decir: promover a todos los hombres y a todo el 
hombre". "El verdadero desarrollo... es el paso, para cada uno y para todos, de 
condiciones de vida menos humanas a condiciones más humanas". El hombre es 
uno solo, pero con múltiples facetas, dimensiones. Por ello el desarrollo que tiene 
un aspecto económico, de ningún modo sea agota en él. Tiene aspectos 
materiales, pero sobre todo espirituales. Mira a la persona singular, pero también a 
la comunidad. Tiene en cuenta el presente, pero no olvida el futuro de la 
humanidad. Por lo que podemos apreciar: el desarrollo, según la concepción 
cristiana, es el crecimiento del hombre. Y no ya el crecimiento de las cosas del 
hombre. Éste último tiene sentido y debe ser promovido en la medida en que 
contribuye a su crecimiento.
	        
	        
	        Frente a esta ruina, es necesario 
aplicar medidas elementales y urgentes; en especial tres: a) cuidar a los niños, 
niñas y adolescentes; b) a los ancianos y ancianas; c) a todos los excluidos. Y, por 
lo mismo, procurar superar los niveles de indigencia y de pobreza. Pero todas las 
medidas que se tomen no bastarán. Podríamos suscitar aún más el espíritu 
solidario de los argentinos, pero si los millones de receptores de la ayuda no se 
volviesen actores inteligentes y esforzados que la transformen en fuerza motriz 
que impulse el propio desarrollo y el de la sociedad, no habrá ayuda que alcance. 
	        
	        
	        La educación del ciudadano no se da 
sólo por el aprendizaje escolar de las instituciones de la República y de los propios 
derechos. Se da, sobre todo, por el cumplimiento de los propios deberes para con 
la sociedad en la que vivimos: el trabajo bien hecho, el respeto de lo público, el 
control de la gestión de nuestras autoridades, la crítica constructiva, la repulsa a 
toda forma de corrupción y de clientelismo, en especial por parte de la autoridad y 
de los partidos políticos.
	        
	        
	        Como nos explica Bobbio, la 
democracia se debe profundizar conjugando la democracia política con la 
democracia social, es decir se debe garantizar no sólo el aumento en la cantidad 
de personas que tienen derecho a votar sino la multiplicación de los espacios en 
los que pueden ejercer ese derecho.
	        
	        
	        En referencia a ese punto es 
importante referirnos al proceso de construcción de ciudadanía en los adolescentes 
relacionado éste con la participación juvenil. Para el ejercicio de la misma es 
necesario, en principio, que a los mismos les sea reconocida su condición de 
sujetos de derecho. La "visualización, reconocimiento y legitimación en la escena 
pública, demanda formas de participación ligadas al ejercicio de una ciudadanía 
específicamente juvenil, en la cual los jóvenes se empiezan a reconocer, y a la vez 
inciden para ser reconocidos por la sociedad, con unos derechos e intereses 
distintos a los de los niños, y los adultos" y por tanto es evidente que pensar, 
legislar y promover la participación y organización juvenil requiere de un matiz 
distinto al de la participación y la organización social en general, pero no desligada 
de éstas y mucho menos como una etapa transitoria para convertirse o acceder a 
ellas.
	        
	        
	        La posibilidad del ejercicio de 
derechos en forma autónoma con criterios de progresividad de acuerdo a la edad, 
implica un abandono de prácticas de subordinación de niños, niñas y adolescentes 
a sus padres, a las instituciones y a los adultos en general. La efectiva 
incorporación de la Convención de los Derechos del Niño a las prácticas sociales, 
institucionales y jurídicas implican la posibilidad de desarrollar en el adolescente 
ese conjunto de "virtudes ciudadanas".
	        
	        
	        Para la participación ciudadana las 
actuaciones colectivas posibilitan una gestión más efectiva en lo que a lo político 
se refiere. Esto no quiere decir que la dimensión política sólo se presenta en las 
actuaciones que se refieren a los ciudadanos frente al Estado sino que, por el 
contrario, ésta es una condición de todos los individuos, en tanto que actúan que 
interactúan con otros, y esta condición de lo colectivo se encuentra presente de 
una manera más fuerte en los jóvenes. 
	        
	        
	        Nuestra sociedad no es ajena al 
hecho de que el contexto económico social en el que se quiere problematizar la 
participación de los jóvenes es un dato constitutivo del alcance y las posibilidades 
que tiene dicha participación. Jóvenes sin acceso a la educación y sin 
competencias para acceder a un mercado de trabajo cada vez más sofisticado y 
competitivo, suponen una exclusión a derechos básicos sin los cuales es difícil 
hablar de la construcción de una ciudadanía plena. 
	        
	        
	        Para solucionar la crisis que estamos 
viviendo debemos hacer fuerte hincapié en la formación de conciencia ciudadana. 
Tal como lo expresó el Cardenal Jorge Mario Bergoglio, si uno tiene mayor 
protagonismo en la construcción de la sociedad civil y una búsqueda verdadera del 
bien común, "adquiere esas entrañas de ciudadanía, con esa maternalidad de una 
sociedad que es inventiva, como toda madres o padre, para buscar soluciones para 
sus hijos."   Necesitamos comprometernos como ciudadanos responsables y 
fomentar la participación activa de los jóvenes en los procesos de decisión ya que 
de esta manera los mismos pueden ejercitar los valores democráticos y tomar 
conciencia de su papel fundamental en la construcción de una sociedad más 
democrática.  
	        
	        
	        			El segundo Panel 
versará sobre "La construcción de la equidad desde
	        
	        
	        la familia: favoreciendo la integración 
social y la construcción de comunidad. Un análisis desde la perspectiva de 
derechos". Serán panelistas: Claudio Lozano (Diputado Nacional y miembro de la mesa 
nacional de la CTA) y el Lic. Eduardo Mondino (Defensor del Pueblo de la Nación).
	        
	        
	        Se intentará analizar ¿Cómo se gesta 
la exclusión? ¿Hay instituciones que expulsan, situaciones concretas que expulsan? 
¿Cuál es nuestra actitud contra la exclusión? ¿Que hacemos concretamente en pos 
de la inclusión?.
	        
	        
	        El Cardenal Bergoglio, citando la V 
Conferencia Episcopal Latinoamericana (Aparecida, Mayo 2007), remarca que las 
injusticias y desigualdades son cada vez mayores y más profundas. Todo entra 
dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, en la que el 
poderoso se come al más débil. Como consecuencia, grandes masas de la 
población se ven excluidas y marginadas. Ya no se trata simplemente del 
fenómeno de la explotación y la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión 
queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, 
pues ya no se está en ella abajo, en la periferia o sin poder, sino que se está 
afuera. Los excluidos no son "explotados" sino "sobrantes". 
	        
	        
	        Persiste la injusta distribución de los 
bienes, lo cuál configura una situación de pecado social que clama al cielo y que 
excluye de las posibilidades de una vida más plena a muchos hermanos. En 
Argentina urge animar una conducta justa, coherente con la fe que promueva la 
dignidad humana, el bien común, la inclusión integral, la ciudadanía plena y los 
derechos de los pobres. En el Mensaje Final de la V Conferencia se enunció que 
"Nos comprometemos a defender a los más débiles, especialmente a los niños, 
enfermos, discapacitados, jóvenes en situaciones de riesgo, ancianos, presos, 
migrantes. Queremos contribuir para garantizar condiciones de vida digna: salud, 
alimentación, educación, vivienda y trabajo para todos". 
	        
	        
	        Hay un llamado a luchar contra la 
exclusión social desde una perspectiva de derechos. Como una mamá se preocupa 
más por el hijo enfermo, así también la Iglesia mira más a los afligidos. La opción 
preferencial por los pobres significa que nos ocupamos de todos pero 
particularmente por los que más sufren, como los desempleados y los enfermos, 
los migrantes y los pueblos originarios. 
	        
	        
	        A pesar de las crisis que padece, la 
familia sigue siendo el fundamento de la sociedad. Allí aprendemos lo que es el 
bien común, porque la comida que se consigue, mucha o poca, será compartida 
por todos. Si la casa está fría, la calefacción será para todos, no para uno solo. 
Aprendemos que la familia nace del corazón de los papás y las mamás, que nos 
dieron todo como un regalo. De modo semejante, de la Nación hemos recibido una 
cultura, una educación, unas ilusiones. Vivir en la Argentina será agradable si nos 
dedicamos a seguir dando y no a consumir lo que nos dieron.
	        
	        
	        Primeramente es importante remarcar 
que la exclusión social se define por la imposibilidad o dificultad intensa de acceder 
a los mecanismos de desarrollo personal e inserción socio-comunitaria y a los 
sistemas preestablecidos de protección. La existencia de sectores socialmente 
excluidos, en el marco de las nuevas sociedades postindustriales es una realidad 
ampliamente asumida. Un enfoque de derechos humanos se define 
frecuentemente por contraste con un enfoque basado en las necesidades. Ambos 
se fundamentan en el deseo de colaborar con el desarrollo pleno de las personas y 
buscan identificar las acciones necesarias para lograr este objetivo. Pero se 
diferencian sustancialmente porque el enfoque basado en los derechos humanos 
concibe a las personas como sujetos portadores de un conjunto de derechos 
civiles, políticos, económicos, sociales y culturales que son indivisibles, universales, 
interdependientes e irrenunciables. Este enfoque, a su vez, entiende que estos 
derechos pueden y deben ser exigidos al Estado que tiene la obligación moral y 
legal de protegerlos, respetarlos y garantizarlos, y también de restituirlos cuando 
son vulnerados. El enfoque basado en las necesidades concibe a las personas 
como objetos de caridad antes que como sujetos de derechos y en esta visión, 
pierde fuerza la obligación legal que los Estados tienen de respetar esos derechos. 
La exclusión implica fracturas en el tejido social, la ruptura de ciertas coordenadas 
básicas de integración. Y, en consecuencia, la aparición de una nueva escisión 
social en términos de dentro / fuera. Generadora, por tanto, de un nuevo 
sociograma de colectivos excluidos.
	        
	        
	        En la actualidad vemos que una 
sociedad y una economía basadas en el uso intensivo de conocimientos producen 
simultáneamente fenómenos de más igualdad y de más desigualdad, de mayor 
homogeneidad y de mayor diferenciación. La mayor diferenciación la vemos en 
que las transformaciones en la organización del trabajo están provocando no sólo 
el aumento en los niveles de desigualdad, sino la aparición de un nuevo fenómeno 
social: la exclusión de la participación en el ciclo productivo. Estamos viviendo una 
transición entre una sociedad vertical basada en relaciones de explotación, y una 
sociedad horizontal donde lo importante no es tanto la jerarquía como la distancia 
con respecto al centro de la sociedad. Explotador y explotado se encontraban 
dentro del mismo sistema; el excluido está fuera. El explotado es tan necesario 
como el explotador para mantener el sistema; el excluido, no. Mientras que la 
explotación es un conflicto, la exclusión es una ruptura (J.G.)
	        
	        
	        La exclusión social, sabemos, no está 
inscrita de forma fatalista en el destino de ninguna sociedad como tampoco lo está 
ningún tipo de desigualdad o marginación. Al contrario, la exclusión es susceptible 
de ser abordada desde los valores, desde la acción colectiva, desde la práctica 
institucional y desde las políticas públicas. Más aún, en cada sociedad concreta, las 
mediaciones políticas y colectivas sobre la exclusión se convierten en uno de sus 
factores explicativos clave. 
	        
	        
	        Este fenómeno amenaza la cohesión 
social presente y futura de nuestras sociedades. La exclusión social no puede ser 
considerada como una situación personal, poco o nada arraigada en factores más 
estructurales. Desde esta visión, lo que se plantean son respuestas de corte 
paternalista, asentadas en el imaginario tradicional: se reacciona ante la pobreza 
con medidas asistenciales y paliativas. Y se hace desde una visión clásica de 
asistencia social. Y esa manera de abordar la exclusión sólo provoca 
estigmatización y cronificación.
	        
	        
	        Necesitamos dar un giro sustancial 
tanto a las concepciones con las que se analiza el fenómeno como a las políticas 
que pretendan darle respuesta. Es imprescindible armar mecanismos de respuesta 
de carácter comunitario, que construyan autonomía, que reconstruyan relaciones, 
que recreen personas. 
	        
	        
	        Creemos que el factor esencial de la 
lucha contra la exclusión hoy día, pasa por la reconquista de los propios destinos 
vitales por parte de las personas o colectivos afectados por esas dinámicas o 
procesos de exclusión social. Lo cual, precisa armar un proceso colectivo que 
faculte el acceso a cada quién a formar parte del tejido de actores sociales, y por 
tanto, no se trata sólo de un camino en solitario de cada uno hacia una hipotética 
inclusión. No se trata sólo de estar con los otros, se trata de estar entre los otros. 
Devolver a cada quién el control de su propia vida, significa devolverle sus 
responsabilidades, esa nueva asunción de responsabilidades no se plantea sólo 
como un sentirse responsable de uno mismo, sino sentirse responsable con y entre 
los otros. Básicamente significa restituir derechos que habían sido vulnerados. 
	        
	        
	        La inclusión debería presentarse como 
una dinámica que se apoya en las competencias de las personas. Y que se hace 
además en un contexto social y territorial determinado. La inserción se nutre de la 
activación de relaciones sociales de los afectados y de su entorno, y tiene sentido 
si consigue no sólo dar salidas individuales a este o aquel, sino que sus objetivos 
son los de mejorar el bienestar social de la colectividad en general.
	        
	        
	        La exclusión no puede ser entendida 
sólo como carencia de bienes o como desigualdad, sino también y sobre todo 
como aislamiento, como falta de  entramado relacional, como falta de 
oportunidades de comunicarse e intervenir. Somos y seremos ciudadanos por 
nuestras relaciones, no por mera pertenencia o concesión. Reforzar nuestros 
vínculos sociales de confianza, reforzar nuestra comunicación-participación, 
nuestra articulación social y nuestra autonomía, nos hará más fuertes en esas 
nuevas formas de democracia y participación que se apuntan.
	        
	        
	        Las estrategias predominantes en 
América Latina tienden a centrarse no en el universo de las sociedades, sino en 
estratos específicos, en especial a parte de la población en extrema pobreza, como 
si su situación fuese determinada con rigor por factores individuales, familiares y 
locales, y no por su inserción en una estructura propiamente social.
	        
	        
	        Entendemos que el Estado debe 
garantizar de manera efectiva los derechos básicos, distribuyendo los recursos 
disponibles entre todos los ciudadanos, sin perjuicio de que recupere, por la vía 
tributaria directa, fondos provenientes de quienes tienen mayores ingresos. Los 
servicios sociales básicos (como nutrición, educación y salud) deben ser provistos 
por un sistema único, público y de vocación universal y que, a la vez, exista un 
sistema tributario progresivo, de manera que ambos componentes garanticen el 
máximo de equidad. Las políticas públicas deben favorecer la integración social y la 
construcción de comunidad que es fundamental para la superación de la pobreza. 
	        
	        
	        No se pueden buscar las causas de la 
pobreza en el nivel meramente individual. La pobreza no es la suma de problemas 
personales ni son responsables de ella quienes la padecen. La pobreza es, 
fundamentalmente, consecuencia de la desigualdad y de la exclusión social, 
atributos propios de la sociedad y exigen respuestas en ese nivel.
	        
	        
	        Pobreza y exclusión son dos 
fenómenos conceptualmente diferentes aunque relacionados entre sí. Como en un 
círculo vicioso, la relación se potencia y retroalimenta en una suerte de sinergia 
negativa. La exclusión supone la primera pero la pobreza no necesariamente está 
asociada a la segunda. Así ocurrió en la Argentina hasta la primera mitad del siglo 
pasado: había pobres pero no estaban necesariamente excluidos; es más, muchos 
tenían posibilidades ciertas, canales y recursos para salir de esa condición, en un 
clima de movilidad social ascendente donde concurrían mecanismos de 
participación, especialmente relacionados con la ocupación y la educación. Hoy en 
día esa movilidad no sólo no existe sino que se ha revertido. A su vez, la 
desafiliación, consecuencia de la informalidad ocupacional, desmotiva la 
participación. 
	        
	        
	         Ambos fenómenos 
multidimensionales pueden ser medidos con relativa objetividad, aunque la 
primera es más fácil de cuantificar dado que abarca bienes o posesiones 
relativamente fáciles de medir. Los métodos están estandardizados y tienen en 
cuenta tipos de activos, pautas de consumo y precios locales, para establecer así 
las diferencias relativas existentes según el contexto. Pobres son quienes con sus 
ingresos no alcanzan a cubrir una canasta de necesidades alimentarias y no 
alimentarias básicas. Indigentes, aquellos que ni siquiera pueden alimentarse. 
Excluidos, quienes no tienen cabida en la sociedad (económica, social, cultural y 
políticamente).
	        
	        
	        Frente a este panorama, el trabajo 
se presenta como factor integrador. 
	        
	        
	        El empleo no sólo asegura la base 
material de la vida, sino también el reconocimiento social. De ahí el miedo, o mejor 
dicho el pánico de las personas el pensar en perderlo o en no poder encontrarlo ya 
que junto con el empleo no solo se nos va la fuente socialmente normalizada para 
participar de la riqueza: cuando el desempleo entra por la puerta, la ciudadanía 
social sale por la ventana. 
	        
	        
	        En el debate acerca de las causas de 
la exclusión, muchos autores coinciden en que el trabajo opera como factor 
integrador central y privilegiado de inclusión. La falta de trabajo, o su 
precarización, lleva a deteriorar los vínculos: la persona pierde pertenencia, deja 
de participar y de tener un lugar propio. Es éste un proceso que cuanto más se 
prolonga más se agrava y potencia, tanto en cada familia como en enteras 
generaciones. Actualmente en nuestro país son millones los chicos nacidos en 
contextos de pobreza y exclusión, dato que le confiere una inusitada gravedad a la 
cuestión. La mayoría de ellos ha crecido o lo está haciendo sin tener a la vista ni 
familiares ni vecinos (modelos adultos) que tengan trabajo u ocupación 
permanente. En el mejor de los casos podrán señalar a su alrededor a quienes 
dispongan de subsidios o "planes", pero difícilmente a quien diariamente sale 
temprano camino a su trabajo. Asisten a escuelas pobres con objetivos curriculares 
inapropiados, y muchas veces son aprobados simplemente para que permanezcan 
dentro del sistema escolar. Ante esto, ¿qué expectativa de futuro pueden tener? 
 
	        
	        
	        Desde cualquier perspectiva que se 
mire, el problema de la pobreza y la exclusión es, hoy y aquí, sumamente grave. 
En el presente o en el mediano y largo plazo. Lo inmediato está muy a la vista y no 
hacen falta números ni estadísticas para darse cuenta de su gravedad. En cuanto 
al futuro, recomponer una situación de mayor empleo y de educación de calidad 
más equitativamente distribuida para revertir la situación será una tarea que 
demandará esfuerzos sostenidos durante muchos, muchos años; por varias 
generaciones. Ello agrava aún más el problema, no sólo por el largo tiempo de 
exposición o permanencia y el efecto que causa en las personas y las familias, sino 
también por el riesgo, cierto, de que se interrumpan las políticas o las condiciones 
que harían posible la salida.
	        
	        
	        			Por todo lo expuesto, 
solicito la aprobación de este proyecto.
	          
      
  
 
								
  | Firmante | Distrito | Bloque | 
|---|---|---|
| JEREZ, EUSEBIA ANTONIA | TUCUMAN | FZA REPUBLICANA | 
 Giro a comisiones en Diputados 
								| Comisión | 
|---|
| FAMILIA, MUJER, NIÑEZ Y ADOLESCENCIA (Primera Competencia) |