PROYECTO DE TP
Expediente 1611-D-2009
Sumario: EXPRESAR BENEPLACITO POR LA SENTENCIA CONDENATORIA POR VIOLACIONES A LOS DERECHOS HUMANOS DE ALBERTO FUJIMORI, EN LA REPUBLICA DEL PERU.
Fecha: 14/04/2009
Publicado en: Trámite Parlamentario N° 27
La Cámara de Diputados de la Nación
RESUELVE:
Expresar
su beneplácito por la sentencia condenatoria por
violaciones a los derechos humanos de Alberto
Fujimori, en la República del Perú, el primer ex
mandatario constitucional del mundo en ser condenado
en su propio país, por su propia Justicia.
FUNDAMENTOS
Señor presidente:
El día de la sentencia Francisco "Pancho"
Soberón arrancó bien temprano. A las seis y media de la mañana se reunió con los 29
familiares de víctimas que tenían pases para asistir a la audiencia, mitad en la sala
principal, mitad en la sala contigua, ante un televisor con pantalla gigante. Hablaron y se
pusieron de acuerdo en evitar festejos desmedidos si la sentencia era buena, es decir
veinte años o más, y de apelar si la sentencia era de menos de veinte años. Después
viajaron todos juntos, familiares y abogados, al lugar donde se llevaba adelante el
juicio.
Ate Vitarte es el suburbio del suburbio de
Lima. Allí, en un rincón de un vecindario que parece una enorme feria de baratijas, se
encuentra la Dirección Nacional de Operaciones Especiales, un campus de entrenamiento
de policías de elite. Luego de pasar por varios guardias y casetas de seguridad, se accede
a una sala especialmente montada para este juicio histórico. Soberón, director de la
Asociación Pro Derechos Humanos, ocupó su lugar en la sala contigua. Los familiares se
tomaron de las manos. En la pantalla se veía al acusado.
"Habíamos visto desde el comienzo que
estaba con la cabeza gacha, apuntando en un cuaderno. Creo que no apuntaba nada, que
era para evadir mirar a las cámaras", recuerda Soberón.
El acusado no era otro que Alberto Fujimori,
dos veces presidente del Perú. Pero costaba reconocerlo, encorvado y vencido, a punto de
ser el primer ex mandatario constitucional del mundo en ser condenado por violaciones a
los derechos humanos en su propio país, por su propia Justicia.
"Tuvimos que esperar una media hora para
que empiece la lectura de la sentencia, creo que fue la media hora más larga de mi vida.
Pero enseguida nos tranquilizamos porque una de las primeras cosas que dijo el juez,
antes de empezar con los fundamentos, es que la sentencia había sido unánime. Eso nos
dio tranquilidad. Había usado la palabra 'sentencia' y nosotros pensamos que si era
unánime, tenía que ser una pena importante."
"Cuando empezaron a enumerar los hechos
que se habían comprobado empezamos a pensar que habría una condena firme, pero no
podíamos saber el monto. Fujimori seguía igual, pero el rictus se le iba endureciendo
frente a lo que escuchaba."
Había llegado el momento. El final de un
camino recorrido durante diecisiete años, o más bien la culminación de una lucha
emprendida por los familiares, Soberón y tantos otros activistas de las agrupaciones de
derechos humanos peruanas, contra la impunidad y el olvido. Fujimori a punto de ser
declarado culpable de ser autor intelectual de las matanzas de quince personas en la zona
limeña de Barrios Altos en diciembre de 1991 y de nueve alumnos y un maestro de la
Universidad de La Cantuta en julio de 1992. El tiempo y los sucesos que mediaron entre
las masacres y el juicio cortaron en dos la historia del Perú.
A pocas semanas de las elecciones
presidenciales de 1990, en medio de una profunda crisis, los medios, las encuestas, los
actores políticos y hasta la comunidad internacional daban prácticamente por hecho que el
refinado escritor Mario Vargas Llosa sería el próximo presidente de la república. Pero un
personaje prácticamente desconocido hasta entonces frustró aquellos planes. Era Fujimori,
un advenedizo de la actividad política que en base a carisma y un discurso contra la clase
política acaparó de la noche a la mañana el voto de los sectores populares. Así, ante la
sorpresa del mundo, fue elegido presidente. Su programa: austeridad económica a caballo
del neoliberalismo de rigor en la región para la década de los noventa, privatizaciones y
una agresiva campaña de terrorismo de Estado dirigida por las fuerzas armadas contra la
guerrilla de Sendero Luminoso.
En 1992 Fujimori llevó a cabo un autogolpe,
suspendió las garantías constitucionales y cerró el Congreso, abriendo el camino a su
etapa más autoritaria. En 1995 fue reelecto y era casi un hecho que iría por su tercer
mandato en el 2000. Pero el descontento ya era evidente.
"Teníamos la visión de que Fujimori no iba a
durar mucho. No preveíamos lo que después se desató con el colapso del régimen porque
eso fue abrupto, pero sí intuíamos que esto estaba llegando a su agotamiento. Y ése
también fue el momento en el que los jóvenes salieron a las calles después de mucho
tiempo con dos demandas centrales: democracia y derechos humanos. Esas dos palabras
aparecían en los carteles que los jóvenes llevaban en muchas de las movilizaciones que se
hicieron justamente por los casos Cantuta y Barrios Altos, que eran los que resumían la
mirada general sobre derechos humanos -explica Soberón-. Como consecuencia de la
movilización en base a estas dos demandas es que también empezamos a lanzar una
ofensiva y solicitamos la visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en el
año '98."
Cuando llegó la visita de la OEA ese año, los
organismos de derechos humanos le acercaron centenares de testimonios de la represión
ilegal desatada por el gobierno de Fujimori. La información recogida quedó plasmada en el
informe "Democracia y Derechos Humanos" que se presentó ante la asamblea de la OEA
del año 2000 en Windsor, Canadá. Ese informe, que directamente cuestionaba la falta de
democracia en Perú, causó el aislamiento internacional del gobierno de Fujimori. Como si
fuera poco, ese año salieron a la luz los ya famosos "Vladivideos", llamados así por quien
los protagonizaba: el oscuro Vladimiro Montesinos, la mano derecha del presidente y un
auténtico monje negro del régimen. En las filmaciones se lo veía sobornando a
empresarios y congresistas de la oposición. Todo el Perú vio por televisión el reality
tragicómico de un gobierno ya a esta altura impresentable.
Sin darse por aludido, Fujimori seguía
adelante con sus planes re-electorales. Pero Eduardo Stein, 31º jefe de la misión de
observadores de la OEA, no estaba muy convencido. Soberón y sus compañeros fueron a
verlo y le dijeron que las elecciones se presentaban con fraudulentas y que la OEA no
podía legitimarlas con su presencia. Stein retiró a la OEA de Lima. Acorralado por el
levantamiento de la misión de la OEA, los Vladivideos, la gente en las calles y la presión
internacional Fujimori igual logró hacerse reelegir. Pero su suerte ya estaba echada. Huyó.
Fue en viaje protocolar a Brunei y terminó escondido en Japón. Renunció desde la tierra
de sus ancestros en pocas líneas enviadas por fax. El Congreso prefirió destituirlo por
"incapacidad moral".
Con un presidente fugado y destituido, a
fines de noviembre de 2000, Valentín Paniagua, hasta entonces presidente del Congreso,
asumió un gobierno de transición con el objetivo de convocar a elecciones libres y
democráticas. El nuevo presidente provisional decidió reclutar para algunas áreas sensibles
de su administración a los actores de la sociedad civil más significativos en la caída de
Fujimori. Así, muchos de los líderes del movimiento ocuparon cargos claves en aquel
gobierno. Gino Costa, el ministro del Interior y Carlos Basombrío, su vice, venían del
Instituto de Defensa Legal, al igual que Susana Villarán, ministra de la Mujer. Diego García
Sayán, de la Comisión Andina de Juristas, fue ministro de Justicia. La participación activa
dentro del gobierno de militantes de derechos humanos generó algunas polémicas puertas
adentro de las agrupaciones, en las que algunos de sus miembros argumentaron que
debían mantener su independencia como organizaciones de la sociedad civil.
El Estado estableció una agenda de Derechos
Humanos y sus propulsores dieron vida a la Comisión de la Verdad, un cuerpo que
buscaba investigar el período de violencia política que había atravesado Perú,
especialmente las violaciones a derechos humanos por parte del propio Estado,
determinando responsabilidades y haciendo recomendaciones de reformas institucionales.
Sofía Macher, ex secretaria general de la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos,
fue nombrada primera secretaria de la Comisión.
El 28 de agosto de 2003 la Comisión de la
Verdad entregó el Informe Final que contenía el resultado de 18 meses de trabajo.
Durante un año y medio se habían recogido 17 mil testimonios, se habían realizado
centenares de estudios y analizado las causas y consecuencias de la represión ilegal al
conflicto armado interno que había desangrado a Perú durante 20 años. Pero Fujimori
seguía libre.
El mayor obstáculo era la ley de amnistía que
el propio Fujimori había decretado en 1995 para proteger su aparato militar de cualquier
persecución judicial futura. En el gobierno de Paniagua entendieron que no tenía
capacidad política ni legal de derribarla a través de un decreto presidencial, ni los votos en
la Corte Suprema o el Congreso para anularla con un fallo u otra ley. Entonces decidieron
recurrir a una instancia superior. Si existía un pronunciamiento previo de la Corte
Interamericana de la OEA sobre algún caso particular sería posible que los jueces
peruanos pudieran aplicar la invalidez de la amnistía en algunas de las causas que se
empezaban a amontonar en los tribunales.
Así, a pedido de la Coordinadora Nacional de
Derechos Humanos, un colectivo de 67 agrupaciones grandes y chicas fundado en 1985,
la Corte Interamericana se pronunció en el caso de Barrios Altos. El caso involucraba a los
miembros del grupo Colina, un comando de elite para operaciones contrainsurgentes. Los
comandos habían ingresado una noche de diciembre 1991 en un edificio de
departamentos de la localidad de Barrios Altos y ejecutado brutalmente a un grupo de
vecinos que estaban reunidos en uno de los departamentos organizando una actividad de
recaudación de fondos. Los habían confundido con un grupo de Sendero Luminoso, en
base a un deficiente trabajo de inteligencia. Otra acción, seis meses después pero en otro
escenario -La Cantuta-, y con distinta metodología -secuestros y desapariciones-
convirtieron a las dos localidades limeñas en sinónimo de aberraciones a los derechos
humanos y paradigma de la brutalidad del régimen.
En el 2001 la Corte Interamericana falló que
en el caso Barrios Altos el Estado peruano había cometido crímenes de lesa humanidad,
por lo tanto, imprescriptibles y no amnistiables. La sentencia rebotó por todo
Latinoamérica. Fue el principal precedente invocado por la Corte Suprema argentina para
invalidar las leyes de Punto Final y de Obediencia Debida en el año 2005. Los jueces
chilenos de la democracia también usaron el fallo Barrios Altos para argumentar en contra
de otra ley de amnistía, la del dictador Augusto Pinochet.
En Perú, Paniagua había anunciado el día de
su asunción que su país regresaba al sistema interamericano de justicia del cual Fujimori
se había retirado. Con ese precedente, los jueces peruanos empezaron a tomar en cuenta
el fallo Barrios Altos dejando así sin efecto la ley de amnistía en sus sentencias. En 2001,
fue electo presidente Alejandro Toledo, quien mantuvo y ratificó la política de derechos
humanos de Paniagua. El marco legal se había creado. Faltaba lo más difícil: detener y
juzgar a Fujimori.
Los organismos insistieron ante los gobiernos
de Perú y Japón para que acordaran la extradición del prófugo. "Siempre tuvimos reservas
sobre la actitud política del gobierno japonés. Pese a eso hicimos campaña, viajamos a
Japón con los familiares, constituimos un grupo de apoyo al juicio de Fujimori en una
sociedad japonesa indiferente, organizamos un grupito en Japón con el que por lo menos
molestábamos y fastidiábamos. Pero el tema nunca se difundió a fondo. Sólo aparecían
cosas medio faranduleras, como que Fujimori se había ennoviado con una japonesa, por
ejemplo", recuerda Soberón.
La situación cambió cuando Fujimori se exilió
en Santiago de Chile, en noviembre del 2005. "Fuimos allí inmediatamente a exigir
detención, captura y extradición. Luchando contra la desidia de la corporación política
chilena, incluida la presidenta Bachelet. La Coordinadora y sus principales dirigentes
activaron la presentación de organizaciones internacionales ante los tribunales chilenos
hasta conseguir que la Corte Suprema dispusiera la extradición."
Alan García, el predecesor de Fujimori, volvió
a ser electo presidente en 2006. La relación del gobierno actual con la red de derechos
humanos del Perú dista de ser la mejor. García ha sido acusado de violaciones a los
derechos humanos durante su gobierno anterior, comparables a las que derivaron en la
condena de Fujimori. Y el renaciente fujimorismo es el principal aliado del gobierno
aprista, hoy devenido en neoliberal. En el mes de mayo, García se refirió a Soberón como
"traidor a la patria". Soberón no se da por aludido: "El presidente sabe que muchos casos
de violaciones a los derechos humanos se rozan con su gobierno anterior, y sus relaciones
con el fujimorismo son inocultables", contesta. Envuelto en una maraña de complicidades
más o menos explícitas, García intentó proteger a Fujimori a través de su mayoría
parlamentaria con la designación de su abogado, Rolando Souza, al frente de la Comisión
de Relaciones Exteriores, cuando su cliente todavía estaba preso en Chile. No
alcanzó.
El 21 de septiembre de 2007 marcó un hito
en la lucha por la defensa de los derechos humanos al hacerse pública la decisión de la
Corte Suprema de Chile de aprobar la solicitud de extradición de Fujimori. Se lo acusaba
de presunta responsabilidad en los crímenes de Barrios Altos y de La Cantuta. El ex
presidente ya tenía su pasaje de regreso a Lima. El 10 de diciembre de 2007 comenzó el
juicio a Fujimori.
Quince meses más tarde llegaba la hora de la
verdad. "Cuando la relatora de la sala leyó la condena de 25 años, se escuchó un
murmullo de satisfacción. Nadie gritó, el juez no tuvo que apercibir a la sala. Fujimori no
hizo nada. Mantuvo compostura y cuando se le dio la palabra se le pudo escuchar en voz
no eufórica diciendo que iba a apelar la sentencia, no como otras veces en que le daba la
palabra y se ponía a gritar que era inocente", dice Soberón.
Afuera esperaban las cámaras, las
felicitaciones, el micro y los insultos y piedrazos de los fujimoristas enardecidos. Después
un almuerzo celebratorio en un sindicato, más abrazos y más entrevistas. Después
Soberón se marchó solo a su oficina, prendió la computadora, abrió el mail y pudo
comprobar que la noticia había dado la vuelta al mundo.
Tres días después de la sentencia Soberón
seguía al borde de la euforia. "Es la culminación de un proceso que empezó con el
acompañamiento del sistema interamericano, siguió con la actuación en Japón, después
Chile, que termina con una condena por homicidio calificado, secuestro agravado en dos
casos perfectamente documentados, donde se corrobora su actuación como conductor y
autor mediato de estos crímenes cometidos desde el aparato de poder", cuenta al teléfono
desde Lima.
Las palabras le salen a borbotones. Tantos
momentos para recordar, tanta gente para recordar. "Lo más importante del fallo es la
dignificación de las víctimas. El profesor y los estudiantes de La Cantuta y los pobladores
de Barrios Altos no eran miembros de Sendero Luminoso, tampoco sus familiares, pero
habían sido estigmatizados como tales por los remanentes del fujimorismo durante todos
estos 17 años. La sentencia ha establecido fehacientemente que las víctimas no eran
terroristas. Esa es la mayor rehabilitación que han sentido los familiares."
Ya no quedan cuentas pendientes, proclama
Soberón. "No sólo fueron condenados los responsables directos, sino todos los culpables
en distintos niveles de decisión, desde los propios miembros del Grupo Colina, que
recibieron penas atenuadas pero no excarcelables a cambio de su confesión, pasando por
el fallo contra el jefe de Servicio de Inteligencia Nacional, Salazar Morea, condenado a 35
años de cárcel, hasta la condena de Fujimori. La satisfacción es plena y total."
II. Consideraciones finales
Nos sentimos también satisfechos porque, en
una región en que la Doctrina de la Seguridad Nacional hizo estragos a los derechos
humanos, la República Argentina hizo punta con el Juicio a las Juntas. Aunque luego
vinieron las leyes de Punto Final y Obediencia Debida, que otorgaron impunidad a los
genocidas.
Debemos también recordar que, gracias a la
visión de un comprovinciano, entonces Presidente de la Comisión de Derechos Humanos y
Garantías de esta H. Cámara, el Congreso Nacional aprobó la Convención sobre la
Imprescriptibilidad de los Crímenes de Guerra y de los Crímenes de Lesa Humanidad,
aunque no fue acompañado por el Poder Ejecutivo de ese entonces, al no depositar el
instrumento de ratificación respectivo en la Organización de las Naciones Unidas.
Tuvo que venir el entonces presidente Néstor
Kirchner para implementar la plena vigencia de la Convención, depositando finalmente el
instrumento de ratificación y abriendo la puerta a los juicios a los represores de la
dictadura.
Ahora, la hermana República del Perú ha
dado otro paso histórico en la defensa de los derechos humanos de nuestros pueblos. Por
ello solicitamos la aprobación de este proyecto de resolución.
Firmante | Distrito | Bloque |
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MORANTE, ANTONIO ARNALDO MARIA | CHACO | FRENTE PARA LA VICTORIA - PJ |
Giro a comisiones en Diputados
Comisión |
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RELACIONES EXTERIORES Y CULTO (Primera Competencia) |